Claudio Naranjo
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Una economía para la vida (IV)

Hacia un orden psico-espiritual del sistema económico

 

 

Fuente original: Wall Street International Economía y Política

Más allá de una práctica económica solidaria

Desde que al inicio de nuestro tercer milenio se celebró el foro social de Porto Alegre, pareciera que, pese al malestar generalizado que ha resultado de la persistencia de la economía neo-liberal y de sus continuos estragos, se hubiese también generalizado el sentir que “otro mundo es posible”. Desde los inicios de la crisis del 2008, que persiste y que algunos interpretan como el comienzo de la agonía del capitalismo, se han hecho presentes en muchas partes del mundo los movimientos de protesta (la Primavera Árabe, Egipto, Indignados, Wall Street, manifestaciones estudiantiles en todo el mundo), que han dejado en claro una notable simpatía por parte de sus respectivas comunidades.

Diríase que no han sido estas solo manifestaciones del gran malestar causado por el desempleo y la carestía de los alimentos, sino de una mayor comprensión por parte de la comunidad de cosas tales como aquellas que he venido comentando: el despotismo económico que rige nuestras vidas, el engaño, la corrupción del poder que sostiene el poder supremo del dinero, etc. Y se ha expresado tal comprensión de la obsolescencia destructiva del capitalismo en la reflexión y experimentación con modelos económicos alternativos. Algunos, como David Harvey en EEUU y Alain Badiou en Francia, abogan por la visión comunista de Marx de un mundo sin gobierno ni dinero en que a cada uno se proveerá según sus necesidades. Otros (como los que pueblan lo países nórdicos) ya practican el socialismo de estado. Y otros como las empresas Mondragón en España, el cooperativismo. Chomsky y otros (que incluyen a los Zapatistas) predican el anarquismo. y han surgido otras propuestas como la “economía del bien común” de Felber, el “Prout” (Progressive Utilization Theory) de Dada Maheshvarananda, el movimiento de la “decrescita felice”, así como propuestas de intercambio que le permitan a pequeñas comunidades prescindir del dinero, tal como ofrece la plataforma informática “bioecon” de Cecilia Hecht, que permite a las personas realizar intercambios de productos, servicios y cultura de forma multi-recíproca, a escala local y global, actuando a la vez como productores y consumidores. Se trata de un sistema económico descentralizado y auto-regulado, en que el medio de cambio es generado por las mismas personas a través de su actividad.

Cada una de estas propuestas entraña la promesa de acercarnos a una economía más justa y satisfactoria, y conviene que nos alegremos de la multiplicidad de estas exploraciones de manera comparable a cómo una colonia de leprosos debería alegrarse de la multiplicidad de las investigaciones terapéuticas. Pero así como se ha distinguido entre una ecología superficial, que solo atiende al orden material y práctico, y una ecología profunda que se interesa en las dimensiones filosófica, ética y psico-espiritual de su quehacer, pienso que también en el campo de la economía deberemos interesarnos, tarde o temprano, en el orden psico-espiritual que subyace tanto a la economía patológica de la sociedad patriarcal como a la economía sana que pretendemos descubrir, instaurar y desarrollar, y por ello concluiré mis disquisiciones con algunas ideas acerca de la superación de la mente patriarcal a través de la crianza y la educación (como se puede imaginar que sea necesario antes de que pueda esta ser transformada por la misma economía).

Siendo un aspecto del cambio de consciencia implicado por la mente patriarcal una recuperación de la solidaridad, obviamente deberá nuestra economía alternativa ser solidaria y no explotadora. Así lo plantean diversos modelos, y es comprensible que cualquiera de ellos —sea el cooperativismo o la economía del bien común, por ejemplo— no solo tendrá la virtud de constituir una economía más justa sino que también la de educarnos en la salud de nuestras relaciones con nuestros semejantes.

Más allá de una práctica económica solidaria, sin embargo, nuestros corazones endurecidos e insensibles requerirán de algo más que un cambio de la economía para recuperar su sana capacidad empática. Y ya que la mente de un adulto es ya difícil de cambiar excepto en casos de intensa motivación, ya sea en virtud del sufrimiento que a veces complica a las neurosis y a veces debido a un fuerte espíritu de búsqueda o una vocación mística, las mejores vías que se nos ofrecen para una acción masiva sobre nuestra cultura serán las de la educación y la crianza.

Ya he escrito y hablado abundantemente sobre este tema, queriendo llamar la atención del mundo a que la tan notoria crisis de la educación constituye una oportunidad para dar el salto hacia una nueva educación, específicamente orientada a la superación de la mente patriarcal que subyace a prácticamente todos nuestros problemas colectivos.